miércoles, 7 de marzo de 2012

Uno de los nuestros, Martin Scorsese


JON BURGOA | Madrid
La llegada del 3-D al séptimo arte tuvo pros y contras. Uno de los que defendían este avance fue el director Martin Scorsese (Nueva York, 1942), quien lo usó en su última película, Hugo, deleitando a la crítica. Por ella, volvió a estar nominado en los BAFTA y en los Óscar, consiguiendo su tercer Globo de Oro como mejor director.

Con un estilo propio, particular, entre lo sagrado y lo profano, lo religioso y lo mafioso, de gran reconocimiento y con una dilatada trayectoria profesional, no fue hasta 2006 cuando recibió por Infiltrados su primer Óscar como director, tras cinco nominaciones.
Autor de Taxi Driver, Toro bravo, Goodfellas, La edad de la inocencia o Casino, Martin forma parte de una quinta histórica que ha dejado su huella latente junto a Steven Spielberg, Francis Ford Coppola, Brian de Palma o George Lucas.

De vocación a pasión
Pocos podían imaginar que aquel joven nacido en Queens obviara su vocación sacerdotal. Cerca estuvo Scorsese de no filmar ninguna película. De ser omitido por miles y miles de cinéfilos y ser conocido por algunos feligreses. Pero aquel camino vocacional dio paso a una pasión que desarrolló en su etapa universitaria. Dejó apartado aquel sentido religioso para entregarse en cuerpo y alma al cine, pero teniendo cerca sus orígenes y creencias. Las particularidad de ser italoamericano, neoyorquino, de vivir su infancia en Little Italy y de venir de una familia religiosa, las fue combinando juntas o por separado en varias de sus películas. A esa lista se incluirían Malas calles (1973), Taxi Driver (1976), La última tentación de Cristo (1988), Goodfellas, uno de los nuestros (1990) o Gangs of New York (2002), entre otras.

Buenos comienzos y graves vicios
Tras el paso previo de los cortos, en 1967 realizó ¿Quién llama a mi puerta? La crítica vio en Scorsese una promesa, un valor en alza, y no fallaron en acertar diciendo que en la década siguiente demostraría de lo que era capaz.
El revuelo de los años setenta con Vietnam, el fenómeno de los hippies, las drogas y el rock and roll, vieron no sólo el deslumbrar de Scorsese, también su faz más negativa. Al igual que muchos de sus colegas de Hollywood, como William Friedkin, Dennis Hopper o Paul Schrader, también cayó en las garras de la cocaína. Aunque le supuso graves consecuencias a finales de la década, años antes de rodar Taxi Driver (1976) era una de sus “herramientas creativas”, usada para ahuyentar momentáneamente las presiones de la industria. Junto a Robert de Niro y una desconocida, por entonces, Jodie Foster, Scorsese se lanzó a contar la historia de Travis, el veterano de guerra reconvertido en taxista, con Nueva York como escenario de corrupción y delincuencia. Robert de Niro regaló con esta interpretación una de sus escenas más recordadas, con el diálogo frente al espejo, así como un cameo del propio Martin como pasajero.

Años ochenta, la redención de Scorsese
No todo le fueron buenas críticas y elogios. Fiascos como New York, New York (1977) o El último vals (1978) pudieron sentenciarle. Una anécdota quedó de su promoción, la de que Scorsese fletó un avión privado para traer a Cannes un alijo de droga para su consumo. Con posterioridad, en otra promoción, tuvo que ser ingresado por una sobredosis. Robert de Niro, amigo personal desde ese incidente, le devolvió la luz y le guió en el camino convenciéndole para rodar en 1980 Toro salvaje. Aquel joven que iba a sacerdote volvía a redimirse y encontró el camino en el tándem de Robert y de Joe Pesci, que combinaría en otras joyas de su galería, como Goodfellas (1990) o Casino (1995). Toro salvaje fue su pase dorado a Hollywood. De nuevo, el reconocimiento. La novedad, su primera nominación a los Óscar y la segunda estatuilla para Robert de Niro. Sobre la película llegaría a decir “que sería el final de mi carrera. Es lo que se llama un film kamikaze: se pone todo dentro, se olvida todo y después se intenta encontrar otra manera de vivir”.

Repetiría polémica en 1988 por La última tentación de Cristo. Para él, perteneciente a una familia de tradición católica con un amago de llegar a ser cura, supuso un desafío personal levantar tal proyecto. Con guión de Paul Schrader, con colaboración –no figurada– del propio Scorsese, en 1988 veía en pantalla otro sueño, el del salto a nuevos horizontes. Al igual que Toro salvaje, le fue otro punto de inflexión, comentando años después de su rodaje “que se trataba, en cierto modo, de una señal religiosa, que Dios había dicho que yo no estaba preparado para hacerla y necesitaba sufrir más humillaciones. Es cierto, estoy convencido de ello”. Cierto que Scorsese pasó por un valle de penitencia, pero supo mantener su estilo intacto, y dicha premisa “tentó” a la Academia con una segunda nominación.

Las nuevas fronteras
La década de los ochenta finalizó para Scorsese con otro homenaje, esta vez a la ciudad que le vio nacer en 1942. El documental New York Stories, codirigido junto a Woody Allen y Francis Ford Coppola, “extranjero” entre neoyorquinos como Scorsese y Allen, no llegó a cuajar por lo ajeno que le era a Coppola el bullicio y la magia de la ciudad.
Después de ello, encarriló alguno de sus mejores éxitos, tanto a nivel personal como director como externo para con sus actores. Robert de Niro y Joe Pesci, antes mencionados, saben bien lo que significan estas líneas. El primero encarriló tres películas conocidas en el haber cinéfilo, como Goodfellas (1990), que supuso el éxito para Pesci, Óscar al mejor actor de reparto por dicha película y tercera y última nominación de Scorsese; además de El cabo del miedo (1991) y Casino (1995).

Historia de una ciudad
Un año después del atentado contra las Torres Gemelas, Scorsese completó otro reto personal pendiente con su ciudad, Gangs of New York. Aunque los orígenes rondan el 2001, la idea original surgió en los setenta al leerse el libro de Herbert Asbury, ‘Gangs of New York’, de 1928, sobre las actividades mafiosas y las bandas que la poblaban a finales del siglo XIX. “El libro contenía el folklore de la vieja ciudad de Nueva York y todo lo que leí parecía encajar con mis impresiones de aquella época”, dijo en una entrevista de promoción. El final es un homenaje abierto a Nueva York, a los que construyeron aquel sueño. El plano de fondo de Five Points (actual Manhattan), con el puente de Brooklyn y el desarrollo del skyline de la ciudad con las Torres Gemelas, se pensó no incluir, pero Scorsese quiso mantenerlo como homenaje por el 11-S.

Protagonizada por Leonardo DiCaprio, Cameron Díaz y Daniel Day-Lewis, en colaboración con el compositor Howard Shore, de la trilogía de El Señor de los Anillos, y con U2 con la canción The hands that built America llegó a la 75º edición de los premios de la Academia con diez nominaciones. Cero estatuillas en su casillero fueron el balance de una noche pobre para Scorsese, que veía como su cuarta nominación se quedaba en blanco. Igual suerte correría dos años después con El aviador, en la que volvió a contar con DiCaprio. Aunque se llevó cinco premios, el ansiado de mejor director le volvía a ser esquivo.

La Academia faltaba en valorar con ese reconocimiento a uno de los suyos, a uno de los mejores directores del siglo XX. Con un estilo propio, sin perder su esencia a pesar de presiones externas, fascinó a la sociedad y a la crítica con su visión de lo que significaba Nueva York, así como muchos aspectos de la propia sociedad estadounidense. Algunos pensaron que englosaría en las listas de célebres directores sin el Óscar, tales como Alfred Hitchcock, Orson Welles, Stanley Kubrick o Charles Chaplin.

Santificación de Scorsese, presente y futuro
Terminó por ser Infiltrados (2006) la elegida. La ansiada espera acabó con la producción protagonizada por Jack Nicholson, Leonardo DiCaprio y Matt Damon, remake de la hongkonés Infernal Affairs (2000). Casualidad de la vida o destino, les tocó a tres amigos suyos: Steven Spielberg, Francis Ford Coppola y George Lucas, entregar el premio al mejor director. La ovación que se llevó en el Teatro Kodak no es de olvidar. Los años le aguardaban esta sorpresa, la del ansiado Oscar. Infiltrados redondeó la jugada que años atrás no consiguieron Toro salvaje o Goodfellas.

Con nuevos proyectos después de su meta, se abrió a más campos que el largometraje. Dirigió el documental sobre los Rolling Stones, Shine a Light (2008) y el episodio piloto de la serie Boardwalk Empire. Tras volver junto a DiCaprio en Shutter Island (2010), este año se nos presentó con la historia de Hugo. Aunque partía como favorita en la 84º edición, con un Scorsese valedor de su tercer Globo de Oro como mejor director, su séptima nominación tuvo ganador en Michel Hazanavicius por The Artist. Explorador del nuevo 3-D, quiso presentar una declaración de amor a los orígenes del séptimo arte en la figura de Georges Meliés y una dedicatoria a su hija, quien le animó a que así lo hiciera dando una nueva dimensión al libro 'El invento de Hugo Cabret'.

A sus 69 años no tiene intención de parar ni un segundo. Ese carácter hiperactivo que tiene le mantiene joven y preparando nuevos proyectos. A la par que Hugo, mostró su último documental en George Harrison en George Harrison: Living In The Material World (2011). Uno de sus proyectos es llevar a la gran pantalla Sinatra, la historia de Frank Sinatra, la voz de New York, New York que podría tener actor o bien en DiCaprio o en Al Pacino. No sólo esta, también la adaptación de la novela noruega The Snowman.

Que los amantes del séptimo arte estén tranquilos. Queda Scorsese para rato, mucho rato. El director que supo redimirse en el momento adecuado forma parte de una generación dorada de directores, con estilo propio y carácter dentro del cine. Un referente delante y detrás de las cámaras, un icono para sus millones de seguidores.

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